domingo, 8 de enero de 2023

Mi abuela campeona y el santuario de papá


Nada de lo que escriba puede explicar lo que siento desde el 18 de diciembre en adelante, pero acá van las líneas que me debía.  



A lo largo de la historia, los pueblos encontraron actividades y estimulantes para atravesar sus distintas realidades. En Argentina, un país de extremos sin más grises que su tan contradictoria clase media, el factor más movilizante es el fútbol. 

El primer recuerdo futbolero que tengo es la final de Atlanta 1996. Ni siquiera vi todo el partido, me fui de la tele con Argentina ganándole 2 a 1 a Nigeria, que después lo dio vuelta y ganó la medalla de Oro. Arbitraje del inefable Pierluigi Collina. Tenía seis años, demasiado poco para entender algo de nada. 

El segundo es el Mundial sub 20 de Malasia 97'. Creo que ahí arranca esta historia con el estimulante. 

Como se jugaba en la otra punta del mundo, los partidos eran de madrugada y yo me levantaba a mitad de la noche para verlos con mi abuela Luisa, más conocida como Kika. 

La mamá de mi viejo quedó en silla de ruedas un par de décadas antes por una de esas enfermedades de mierda, inexplicables. Ella miraba mucha tele y le gustaba el fútbol, entonces compartíamos ese momento. Le gustaba mucho más ver eso que TN, con los años entendí porqué. 

Me acuerdo que durante Malasia 97' nos reíamos del arquero de Irlanda, que daba unos pasitos cortitos antes de sacar. Ese equipo argentino era dirigido por Pekerman y tenía a Riquelme, Aimar, Quintana, Samuel, Cambiasso, JJ Serrizuela, Romeo y Scaloni, entre otros. 

Justamente, Scaloni le metió el primer gol a Brasil en cuartos. Fue 2-0 y el otro gol lo hizo "quelindo, quelindo" Martín Perezlindo, sobre la hora. Dos décadas después me enteré que de grande jugó en Roca. 

La pelota, la pelotita, la redonda. El de la derecha es el Rumene más petiso de la familia. 


Para Francia 98', la Kika me apostaba en contra de Argentina. Si la selección ganaba ella me daba un peso para comprar los chicles cowboy que traían las figuritas del Mundial. El día que perdimos 1-2 con Holanda, que nos pegó un baile bárbaro, no le pagué la apuesta. 

La abuela murió al año siguiente, en noviembre del 99' con 60 años. La llevaban a Neuquén al médico, la ambulancia chocó y ella se complicó más de lo que ya estaba. Le dijo a mi viejo que ya no quería más operaciones y un par de semanas después se fue. 

Nunca vi a nadie llorar como a mi papá ese día. Con ese llanto genuino, sin saberlo, mi viejo me enseñó que las emociones no se guardan y que para llorar hay que tener agallas. Por eso me expreso desde siempre y cada vez quiero más lejos a la gente que no es auténtica. 

Escribiendo esto me di cuenta que no tengo fotos con ella. Hay pocas y no están digitalizadas, lo cual demuestra una vez más que es más importante vivir la vida que contarla en las redes. 

La Kika me dejó un montón de cosas sin que los dos nos diéramos cuenta. Tirada en una cama me dio momentos que me llevé para siempre y ahora la única forma de agradecerle es intentar ser feliz. 

Al año siguiente empecé a hacer radio gracias a mi querido maestro Richard, que me llevó a las transmisiones de radio Cordillerana de Junín. Me hubiese gustado que la Kika me pudiera escuchar, pero igual se que de alguna forma lo hizo. 

Y después vinieron lo bueno y los fracasos. Lo bueno porque desde los 10 años supe cual era mi oficio, el de periodista y relator. Lo malo porque cuando sos nene, sos nene. Hay un montón de cosas que no conocés y la gente no sabe como tratar a un nene que hace cosas de grandes. Y la verdad que ambas tienen lógica. 

Eso sí, siempre con el fútbol en el medio. Siempre plagado de datos innecesarios que después me harían periodista, de triunfos y derrotas que fueron marcándome la vida. En el campito del barrio y en otras canchas. Siempre como factor fundamental. Si no hay fútbol, algo falta. Algo importante, muy importante. 

Patea Rumene, ataja Rumene. 

La vez que más lloré en mi vida fue en Alemania 2006. Estaba solo con mi hermano en casa y después de quedar afuera en los penales me quedé estupefacto. Unos minutos después empecé a llorar desconsolado, como si no hubiera mañana. Sabía que era mi último Mundial sin responsabilidades. Lo supe desde que empezó en ese torneo. Tenía 16 y cursaba cuarto año, para el siguiente tendría 20 y estaría en la facultad. 

Fue media hora de lágrimas y tristeza, no casualmente en el mismo lugar donde veía los partidos con la abuela. 

Ya estaba estudiando, en pareja y en otra ciudad, pero la Copa América del 2011 me generó un dolor similar estando de vacaciones en Junín. A esta altura ya no se porqué. Ese equipo que dirigía el Checho Batista era una murga y los fracasos de la selección empezaban a acumularse con un plantel de jugadores muy buenos pero que nunca jugaban en equipo, siempre estaban tensionados y la gente se los hacía saber. 

Después de los penales con Uruguay en Santa Fe, donde el hijo de mil puta de Muslera fue figura como nunca en su vida, mi novia de ese momento tuvo uno de los gestos de amor más grandes que se puede tener con un energúmeno del fútbol como yo. Me abrazó en medio del llanto, en el mismo lugar donde veía los partidos con mi abuela. 

La derrota en 2014 para mi fue lógica pese a que Argentina jugó mejor. Las de 2015 y 2016 me dieron vergüenza por el rival ínfimo, y porque la cosa empezaba a ser cada vez más difícil. Lo de 2018, ya laburando en el diario, rozó la catástrofe. 

Para vos, Eduardito y la puta que te parió

En el partido contra Croacia de Rusia 2018 hubo un punto de inflexión del que me acabo de dar cuenta. Resulta que el diario había traído a un brazuca para manejar todo. El tipo hizo un desastre, echó gente, te trataba mal, generó conflictos internos, un verdadero forro con todas las letras. A mi no quería, así que me daba con un caño cada vez que podía. 

No contento con eso, apenas terminó el 0-3 nos filmó las caras a los que estábamos en la redacción y después dijo que era un video que le mandaba al hijo que estaba en Brasil. Encima se llevaba una torta de guita, era un villano como los de las películas. Se fue unas semanas después por suerte. 

Y entonces aparece Scaloni, aquel lateral derecho del equipo de Malasia 97' que le había hecho el gol a Brasil. Un tipo que quedó en el lugar de líder porque traer a otro de afuera salía muy caro. Un joven inexperto que fue pillo para resolver las internas y acomodó el barco que estaba naufragando después de Sampaoli. La descripción de su llegada al puesto de DT de la selección se adapta perfectamente a lo que me pasó como jefe de deportes del diario, después de que el brazuca se fue.(Si, me pudrí de ser modesto con este tema). 

Un par de años después, Argentina le ganó la final de la Copa América, que no tenía que jugarse allá, de visitante a Brasil en el Maracaná. Obviamente me acordé del brazuca y de aquel momento de bronca, porque ninguna forreada así queda sin pagarse. 

El santuario

Cuando quiere que algo salga bien, mi viejo le pide a mi abuela. Tiene un santuario con una foto mía, otra de mi hermano, la de ella y la de sus tíos, que prácticamente lo criaron. También hay una estampita de Don Bosco y un crucifijo. Jesús se levanta de la tumba y aplaude emocionado.  

El que no entienda que hay una relación directa entre ese santuario y el trofeo que levantó Messi hace 20 días no entiende un carajo de qué se tratan el fútbol y la vida. 

A mi a esta altura me da pudor pedirle cosas a la abuela. Siento que mi viejo tiene todo el derecho, pero yo no. Me dieron demasiado y la Kika es gran responsable de esta pasión por el fútbol que me explota en el pecho todos los días.

Llegó cuando menos lo esperaba

En los años que llevaba viendo a la selección, lo que me fue llamando la atención es el hecho de no ligar nada. Si bien el fútbol es el menos lógico de los deportes, lo de Argentina era casi patológico. En cada Mundial o Copa América hubo jugadas que podrían haber cambiado la historia y en la mayoría de los partidos decisivos que no pudo ganar fue mejor que el rival. 

Y así llegamos a Qatar 2022. 

Después de quedarnos tantas veces en las puertas de la gloria, la confianza va bajando. Mis esperanzas están siempre hasta el último minuto, pero con el correr de los años me cuesta creer que todavía pueden pasar cosas buenas. 

Lo de este grupo de jugadores que comanda Messi es inconmensurable. Nunca les podré agradecer lo que han logrado. Evidentemente, a la luz de los hechos, hay como 45 millones de personas que están en la misma. 

Como periodista aparecen los análisis. La capacidad de levantarse después del partido con Arabia, los cambios de un partido a otro, los planteos de Scaloni, el crecimiento del equipo, la personalidad para afrontar los momentos de tensión máxima contra México, Países Bajos y Francia. El manejo del grupo, el factor Di María en el Mundial y durante todo el ciclo. 

Pero a mi lo que más me conmueve es el espíritu. 

Estos pibes son muy argentinos. Messi se crio en Barcelona y sigue hablando en rosarino. Otamendi no para de meter un "eeeeeaaaaaa, oooooaaaaa", De Paul tiene los huevos como dos transatlánticos incluso cuando juega mal y así se puede seguir uno por uno con los campeones del mundo. 

El azar existe en el fútbol, pero a la suerte hay que invitarla. Y estos chicos lo hicieron con la mejor de sus energías y un optimismo del que ojalá uno pueda aprender un poco. 

Cada vez que veo o escucho algo del penal de Montiel o de la atajada de Dibu me vuelvo a emocionar, como durante cada párrafo. Después de lo vivido estos 25 años de pasión, la angustia no se va y la alegría no me entra en el cuerpo. Siento que todavía no me abracé lo suficiente con mis amigos mientras cantamos "muchaaaachos". 

El hecho de haber estado laburando durante todos los partidos me obligó a guardar al hincha más de lo que hubiese preferido, como me pasó con la muerte del Diego. 

Después del Mundial me fui de vacaciones a Junín de nuevo. Entrar a mi pieza, ver las anotaciones viejas de hace 20 años, fotos y el santuario de mi viejo en su mesa de luz me recordó que seguramente la abuela tuvo que ver en algo con esto. No tengo pruebas, tampoco dudas. La abuela Kika también salió campeón del Mundo. 

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