martes, 11 de julio de 2017

Instinto suicida

Quisiera contarte que estoy bien, que la relatividad de las cosas me tranquiliza. Que siempre tengo fe de que algo bueno está por pasar. También que el frío no duele y que lo importante es estar bien con uno mismo. Pero hoy no. Paso. La alegría que la ponga otro.


Sería sano contar que llevé a la práctica todo lo que dije alguna vez sobre superar y soltar dolores viejos e incertidumbres futuras. Pero no. Hoy ni siquiera escribo para liberarme, al contrario. Se que me enrosco aun más en esta sensación de mierda de que lo que uno siente le gana a la racionalidad.
Me gustaría ser coherente con lo que pienso, con lo que se, y salir a la calle todos los días con una sonrisa, con una esperanza. Pero la verdad es que mis anhelos han sido demasiado ingenuos.

Varias las veces concluí que lo malo se había terminado. Que el vacío era el corte más rico del asado, y no una percepción de que uno vino al mundo al recontra pedo.
Todas esas palabras políticamente correctas, propias de un libro de autoayuda que alguna vez dije o pensé, en realidad fueron arrastradas por el viento. Se fueron así como llegaron. Incluso esto que se lee acá tiene el peso de una pluma. Y, como una pluma en medio de una tormenta de arena, puede desaparecer sin dejar rastros.
Quisiera decir que estoy rendido, que bajé los brazos y que hay ausencias que me dejaron tirado en una cama. Pero también estaría faltando a la verdad, porque incluso en los peores momentos puse la cara para seguir existiendo.
Quisiera decir que mis problemas son estériles al lado de las cosas realmente importantes. Pero sería injusto, porque lo que me pasa, me pasa y punto. Lo único que falta es que busque compararme con las miserias y desgracias de otros para salir ileso de la tristeza y de la bronca.

La realidad es (o no se si ''es'', pero tenía que empezar esta oración pedorra de alguna forma) que, así como comienzan con la misma letra, ''pendular'' y ''pelotudo'' tienen varias cosas en común.
Da rabia que al sacar la cabeza del agua haya alguna ola o un instinto suicida que me deje sin aire de vuelta.
A esta altura no se si podré ser el error o el acierto de alguien. No se si podré ser algo de alguien. Es una certeza que no tengo, entre tantas que me faltan.
Si hay algo que la vida enseña es que los demonios más temidos están adentro. Que puertas para afuera hay un mundo que no está preparado para verte feliz y tampoco te va a tirar una soga cuando más lo necesites. De alguna forma quise ir contra eso. En cierto momento creí que mis ideas me servirían para cambiar algo, pero no hay nada más imbécil. Mucho menos voy a esperar que me comprendan.

Igual que cuando te ponés en pedo: siempre hay un detonante, pero lo que es mortal, es la mezcla.
Me van a tener que disculpar, pero en esta me guardo muy poco.
Estoy podrido. Por dentro, como ese queso que tiro de la heladera todos los meses. O ese yogurt que me compré para hacerme el distinto y no me lo tomé porque no tiene gusto a nada.
Como esa polenta que bajé de la alacena a medio terminar, pero como estaba llena de bichos me dejó con hambre el domingo pasado porque no se podía comer del asco que daba.

Realmente me hinché las pelotas. Estoy. Pero la verdad, estoy cansado.
No me pidan que deje ilusiones de alegría. Estos tiempos no permiten ideas románticas de que todo va a estar bien. El techo del laberinto está demasiado alto y no hay escalera.

El instinto suicida. Ese que no te liquida, pero te deja con el freno de mano puesto.

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