miércoles, 19 de julio de 2017

Las calles que camina Micaela

Si están esperando un relato interesante, carente de lugares comunes y envuelto en creatividad, los invito a dejar de leer esto. Mi estadía en Rosario no tuvo ningún hecho extraordinario, porque nada podría superar a lo que la ciudad ya es.


Por las calles que camina Micaela anduvieron el Che, Olmedo y Maradona. Esta vez a Rosario la encontré fría, con las temperaturas más bajas de los últimos diez años, según las estadísticas que dicen en la radio. La humedad del litoral hace que los inviernos sean más crudos que en mi Patagonia natal y habitual, pero la rosca no impide ver su luz.
Las calles que camina Micaela emanan prosperidad. Un entorno floreciente que, gracias al campo, supo encabezar una y otra vez las levantadas argentinas, tras las crisis predecibles del capitalismo.
Las ciudades grandes suelen ser monstruos, grandes bichos urbanos que se devoran a quienes no están preparados para enfrentarlas. Sin embargo, nunca fue así para mi. No estaré a tono con su habitual ritmo frenético, pero a mi la pausa que me acostumbra me sirve para disfrutarla.
Mi tío y mi tía son periodistas y quienes siempre me hospedan a escasas cuadras del microcentro. No les puedo decir ''colegas''. Para mi es una falta de respeto hacerlo porque llevan entre 30 y 40 años ejerciendo la profesión con un oficio admirable. Por ellos también, lo primero que pienso cada vez que me voy es en volver.

Las calles que camina Micaela están abrigadas por edificios que la humedad y el tiempo destiñeron. La gente va y viene como en todos lados. Algunos la pasan mal en serio. Otros sobreviven como pueden. Los pocos que se regocijan gracias al resto están lejos del centro, en los barrios cerrados donde los seres humanos valen por lo que tienen.
Las calles que camina Micaela contrastan. El shoping y la villa, el pibe que te abre la puerta del taxi por dos monedas y el ejecutivo que hace alarde de su posición. Micaela y yo.

Acá la gente tiene su tono. Una especie de castellano italianizado, con pocas eses y mucha jerga local. No se habla igual que en todos lados. De cada detalle que lo constituye, el rosarino está orgulloso.
Las puertas de ''El Cairo'', el bar donde Fontanarrosa se juntaba con Los Galanes, simbolizan la entrada a cultura cotidiana de la ciudad. Alguna vez lo vi a Hermes Binner, mi hermano me contó que vio a Miguel Angel Russo y esta vez nos tocó Papá Noel. El mismísimo dueño de las navidades futboleras salió caminando cuando nos sentábamos a almorzar. Seguramente recordaré estas vacaciones porque fue cuando no llegué a sacarme una foto con Fernando Lavecchia.

Central y Newell's están presentes todo el tiempo. Los paredones se pintan de azul y amarillo o de rojo y negro según quien gobierne la zona. De picante y popular, a desmedido y siniestro. Así es el fútbol, así es el rosarino. Así son las calles que camina Micaela.

Hasta acá me trajo, como en mis épocas de infante, un receso invernal con mis viejos y mi hermano. Esta vez, el que tuvo que acomodar su actividad laboral para venir fui yo. Seguramente hubo más malas que buenas de aquel pibito que fui a este proyecto de hombre que soy.

-Hola, quería probarme estas dos remeras en talle L.
-Si. Esta es L. Me fijo si la otra está en el stock mientras te probás la primera. Cualquier cosa me buscás. Mi nombre es Micaela ¿Sabés donde queda el probador?
A esa altura yo no sabía ni donde quedaba el probador, en qué provincia queda Rosario, en qué país queda Argentina o qué pasó con el que dijo que te amaba.
-No.
-Vení por acá.
Y tuve que caminar detrás de Micaela luchando codo a codo con mi pequeña y aun hipócrita perspectiva de género. En frente. los demonios de una calza animal print blanca y negra que espero sacar de mi memoria lo antes posible.

Después pasó poco de lo importante. Tuve que pedirle un talle más, porque me hice el flaco y no me daba. Le compré las dos remeras, y le hubiese comprado hasta un libro de física cuántica si me lo vendía. Poco importaba.

En las últimas horas de mi estadía en Rosario, se ratificaron mis ganas de volver a las calles que camina Micaela.

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