sábado, 25 de marzo de 2017

27, el cielo puede esperar

Mis textos suelen tener un componente narcisista del que me voy a desprender el día que deje de escribir. A veces me siento avergonzado por eso y otras orgulloso. Es lo que hay. Un tipo lastimosamente pendular que se mantiene vivo porque tiene la ineludible esperanza de que algo bueno le está por llegar.


Desde chico mi forma de defenderme ante el contexto fue la palabra. No se treparme a un árbol, nunca armé una gomera, me cuesta lidiar con el dolor de un mundo profundamente injusto, pero tengo la certeza de que no me crié en un ascensor. 
Toda mi vida me vi afectado por un insipiente sentimiento que me llevaba a pensar que este minuto era el último. Durante el último año una situación particular derivó en la pragmatización de esa corazonada. 
El andarivel rockero de la vida, el cual conozco más desde los vicios que desde su musicalidad, dice que los 27 es una edad que marca un antes y un después. O te morís o seguís. Por mi oficio de periodista deportivo, que ostento hace 17 vueltas al sol, suelo caracterizar situaciones-hechos-personas con una certeza que ni yo creo tener en realidad. La verdad es que todo es bastante relativo, a pesar de lo que le dice Santos a Lembergier en Los Simuladores. 
Nadie es tan bueno ni tan malo. Los matices existen, por más que intentemos encasillar. Sobre todo si el tema a derimir tiene que ver con seres humanos. La palabra ''persona'' es sinónimo de gran margen de error, al menos en mi consideración. 
A sabiendas de que mis zapatillas 45 son solo calzadas por mi, ya no espero que nadie entienda que me he comportado como un machista idiota y ahora tenga pensamientos más cercanos a la perspectiva de género. Tampoco me interesa que los supuestamente despojados de cursilería dejen de discriminar mis ideas, porque los conozco y se cuando se le caen los calzones. Menos les voy a pedir que comprendan mi apetencia por aspectos más profundos que hace un tiempo.
Carlitos Bianchi decía que ''solo los imbéciles no cambian''. Yo cambié y a esa frase le agrego: ''hay algunos que no van a cambiar nunca''.
Porque en este mundo somos pocos y nos conocemos lo suficiente como para que otro fantasma venga a pisarme la sábana. 
En definitiva, como vengo diciendo desde que llegué al alto valle, el que me conoce sabe como soy. Y justamente les agradezco que me quieran por eso. Porque yo también los quiero y me los llevo conmigo cada vez que la mente y el corazón se me van de las manos. 
Les agradezco, por cada mate, cada fernet, cada chiste, cada abrazo sincero y cada palabra sentida. Siempre tendrán una cumbia, una mirada, una risa o un concepto mio que los acompañará para que no piensen que todo es un bajón y que el mundo se terminó. 
Mi viejo me dijo una vez que yo me tenía que morir después de él, porque esa es la ley de la vida. Porque el único dolor que no se puede reparar o superar es el de perder a un hijo. Capaz que yo a mis viejos los amo mucho y por eso nunca hice algo concreto para que mi vida se termine mañana.

Hoy mi idea es avanzar. De un año a esta parte vivo una procesión jodida por dentro. Me apoyé en lo que tengo, (mucho para algunos o poco para mi) y acá estoy. Tratando de ser mejor tiempo a tiempo y con la mínima esperanza de que se viene algo lindo, sano y perdurable.

Y a los que me dijeron que me iba a ir mal o me pusieron su cara de orto en el camino, les aviso que, para mi, el cielo puede esperar. 

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