miércoles, 5 de marzo de 2025

La ruta a Santa Isabel


Cuando uno enfila para la hermosa Mendoza, el camino indica que en el medio está Santa Isabel. Seco, desértico, inhóspito. A primera vista, un simple lugar de paso, pero para la gente que vive ahí debe ser su casa, su vida. 

Uno no percibe más que un punto en el mapa, un pequeño pueblo donde se puede parar para ir al baño, tirar la yerba lavada, hacer los cambios del Gran DT o solucionar alguna que otra emergencia. Seguramente los habitantes de esa zona del norte pampeano lo tomen con el cariño y el interés que cualquiera le tiene a su hogar. 

Desde la Patagonia la ruta 151 comienza (o finaliza) en Cipolletti. Hasta Santa Isabel son 339 kilómetros se parecen bastante a manejar por el infierno. Difícil encontrar algo tan reventado en el país como ese asfalto. Hasta 25 de Mayo, la calzada está ondulada como una papa frita acanalada por los camiones que dejaron huellas como si fuera el Valle de la Luna. 

De ahí en adelante son cráteres que se suceden como las desgracias de la vida. 

Pero cuando uno va en viaje de placer, el semblante es otro. Uno esperó el finde largo, lo preparó, se manijeó, hasta que llegó. Los mates tienen otro sabor, los chistes son todos graciosos, las cosas salen cada vez más baratas. 

En los viajes hay viajes dentro de los viajes. Una mamushka de sensaciones. Con los amigos se construyen recuerdos, la magia de lo humano. Anécdotas que salen de la nada y música melódica para que los pozos no le duelan tanto a las cubiertas. 

-¿Sabés qué me preocupa?

-¿Qué?

-Nada. Mirá donde estamos, ¿qué te va a preocupar?



Para mi fue cerrar un ciclo que probablemente haya surgido hace mucho tiempo, cuando empezaba a tener uso de razón. 

Consciente o inconscientemente, siempre le di más importancia al interés ajeno que a aceptarme. 

Hasta estos años, nunca me ocupé de quererme. 

¿Cómo no iba a costarme tanto superar lo que ya no está, si solo me creí visible en otras miradas?

En algún momento tenían que saltar las fichas, no se puede vivir sufriendo. Y van a seguir saltando, porque el que no abandona tiene premio. 

Cuando uno hace tanto esfuerzo por mejorar, cuando va al frente, en algún momento las cosas empiezan a cambiar. 

En esto de priorizar lo propio, la autocrítica me la guardo para mi, porque nadie me va a pagar por ser mejor. 

Había recorrido esa ruta antes con alguien que quise mucho. Hay personas que son el viaje, no el destino. 

No lo niego, cada tanto me agarra la nostalgia de lo que fue. Pero todo depende de donde se lo mire. 

El mapa no te da muchas alternativas, pero la vida sí. Varias de ellas le tocaron a gente que quería mucho y ya no está. 

El recorrido más difícil es ese que está lleno de huellas, pozos y sin un puto árbol que de sombra. 

Cuando miré para los costados siempre hubo un amigo o estuvo mi familia que me recordaron que no estaba solo.

Pero para ir para adelante no me empuja nada más que la ilusión de ser feliz. 

Tenía muchos caminos y elegí ese que me llevó por la ruta a Santa Isabel. 

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